Dos madres tuve un día y no tengo
ninguna:
la que me dio su sangre y me llevó en su
seno,
y la que completando la obra que hizo
una,
recogió mi pobreza del fondo de una
cuna
desde la edad de un año, y me enseñó a ser
bueno.
También tiene dos madres la simiente
cautiva:
la planta genitora que en su verdor la
encierra,
la gran madre tierra,
que la toma en sus brazos como hija
adoptiva,
le ofrece el hueco de una cuna
escondida a los ojos del pajarillo
hambriento,
y luego, espiga tierna, la mece a sol y
luna
en la hamaca del viento.
Y cuando el árbol también, la bella espiga
asombra
con la melena al viento florida y
cancionera,
a la madre adoptiva le paga con su
sombra
y honra la madre propia en cada
primavera.
Tal ha sido mi suerte:
una me ha dado el ser,
y me enseñó la otra la virtud de ser
fuerte,
la misma de la planta que sabe
florecer
sin temor a las hachas que fabrican su
muerte.
Al darme una su sangre mirose en dos
partida
y una de esas mitades fue mi vida;
la madre es siempre una constante
abnegación;
al tenderme la otra sus brazos
redentores,
como carga llevada sobre rieles de
amores,
mi cuerpo, entre caricias, llevó a su
corazón.
Yo era débil criatura,
enferma y pobre era
la madre verdadera,
y Dios, compadecido de tanta
desventura,
me dio una nueva madre, que en ritmo de
ternura
fue igual a la primera.
Rosal que de un terreno empobrecido
pasa a la maravilla de un cantero
al amor de otro barro que termina
la obra del barro en que vivió
primero,
así yo de la vida en la faena,
barca que tuvo un nuevo timonero,
pájaro que del nido tutelar
pasó al jergón de la pollada ajena
y el ave nueva le enseñó a cant ar;
sus propios goces y su propia pena.
Si el ofrecer la vida para dar nueva
vida
en el calvario de la maternidad
es sacrificio heroico que mantiene
encendida
la llama redentora de la fecundidad,
¿qué nombre ha de tener
la que no siendo madre por la
naturaleza
se eleva a la más alta virtud de la
belleza
y es madre por deber?
¿qué nombre tiene en la moral escrita
esta ofrenda infinita
de dar el alma a la criatura ajena
la que no es madre suya,
pareciendo decirle, ya que Dios me hizo
buena,
si te falta tu madre yo seré madre
tuya?
Murió la madre propia
y la que me enseñara lo que por ella
sé,
aquélla de quien soy como una débil
copia
y la que supo ungirme con bálsamo de
fe;
pero llevo en el pecho la dulce
sensación
de que a las dos amé,
y con las dos fui bueno, partiendo el
corazón,
y a las dos
enterré…